Jon Maia: “La palabra puede cambiar el mundo y la vida de la gente”

“La palabra puede cambiar el mundo y la vida de la gente” –

Jose Duran Rodriguezek EL SALTO hedabidean.


Aunque Jon Maia no es partidario de encapsular lo que hace en un concepto, sí repite que él es el primer bertsolari hijo de emigrantes españoles. Quizá porque esa autodefinición contiene varios de los conflictos que han atravesado su biografía: el de la identidad nacional, el de los idiomas y el de la clase social. Nacido en 1972 en Urretxu, ha dedicado gran parte de su vida a trabajar con palabras, improvisando versos cantados en directo y escribiendo letras de canciones para músicos y grupos como Negu Gorriak, Soziedad Alkoholika, Anari, Gozategi o Benito Lertxundi.

Fue finalista del Campeonato Absoluto de Bertsolaris en 1997, 2001, 2005 y 2009, y también en el campeonato de Gipuzkoa en las ediciones de 2003, 2007 y 2015. Sabe que esta manifestación cultural ancestral y efímera —“algo que se consume en el momento mismo en que se crea, si estás delante lo disfrutas, si no estás, no lo disfrutas”, asegura— es muy poco conocida fuera del País Vasco, aunque allí sea capaz de competir con toda una final del Mundial de fútbol: el 18 de diciembre más de 13.000 personas prefirieron asistir en directo en Pamplona al concurso en el que Maialen Lujanbio ganó su tercer campeonato antes que ver por la tele a Leo Messi alzando su primera Copa del Mundo con la selección argentina.

Las actuaciones de los bertsolaris son, para Maia, “las olimpiadas de la palabra, la exhibición del ingenio en directo”, un fenómeno artístico cuya repercusión está limitada por las circunstancias. “Somos como una isla, lo que se hace en euskera es como una isla”, reflexiona al respecto, añadiendo otra descripción, otra capa más de significado, a una identidad que queda completada con unas palabras que pronuncia durante la entrevista: “Si somos algo realmente, somos una canción”. Somos una canción, Kantu bat gara en euskera, es precisamente el título de su disco-libro en el que reinterpreta algunas canciones de las muchas cuyas letras ha firmado en los últimos treinta años. Un viaje personal a través de su trayectoria y de la historia del País Vasco en las últimas décadas que presenta en Madrid el jueves 2 de febrero en la sala Galileo Galilei.

 

“La palabra puede cambiar el mundo y la vida de la gente”
El bertsolari Joan Maia, trabajador de la palabra. ÁLVARO MINGUITO

 

¿Con qué palabras le gusta a Jon Maia hablar de quién es Jon Maia?
Lo que más me gusta es ser inclasificable, no me gusta encarcelarme en un concepto, decir “soy así” y quedarme en eso. Me gusta transformarme, reinventarme, atreverme a explorar de diversos modos, siempre relacionados con la comunicación y el compromiso social y cultural. Y siempre con la palabra como arma.

¿Y en qué idioma?
Mi idioma materno es el castellano, pero desde muy pequeño aprendí el euskera. Soy casualmente el primer bertsolari, improvisador oral en euskera, hijo de emigrantes españoles. Es algo curioso. En su momento fue para mí un conflicto interno y lingüístico, ahora el idioma de todo lo que hago es el euskera. Desde que canto, ya sean bertsos o canciones, o escribo libros o hago documentales, todo lo hago en euskera.

En 1975, con Franco aún vivo, mis padres me matriculan en una ikastola y deciden que sus hijos seamos vascoparlantes y aprendamos en el idioma de aquella nueva tierra que les había acogido

Viviste un proceso de salir del armario sobre tus orígenes.
Sí. El bertsolarismo es algo que viene de una tradición muy profunda, de los sustratos más profundos de la cultura vasca. Es, digamos, anterior al lenguaje escrito incluso. Es una forma de expresión de literatura oral muy enraizada, muy unida al mundo rural, al mundo euskaldun donde el castellano históricamente no tiene presencia, ni tampoco la gente castellana. Por pura casualidad me tocó ser el primer bertsolari hijo de españoles, de una familia de procedencia española, en una época muy convulsa, muy radicalizada, muy blanco o negro, todo lo que venía de España nos parecía malo porque era quien oprimía nuestro idioma, nuestra cultura, con todo el conflicto que distorsionaba una relación normalizada entre culturas, entre gente diferente. En mí eso también creaba un conflicto sobre la procedencia de mi familia, la cultura que me aportaba esa procedencia de mi familia porque yo siempre me he sentido muy euskaldun, muy unido al euskera, a la cultura… Tenía un conflicto interno paralelo al conflicto exterior hasta que le di la vuelta a todo eso en un momento de mi vida, con 25 años. Dejé de avergonzarme de mis apellidos, de toda esa parte de mí, le di la vuelta a la tortilla y empecé a reivindicar esa nueva identidad vasca unida al euskera y a los valores, pero sin renegar de nada.

Mis abuelos vinieron de Extremadura al País Vasco a trabajar. Mi madre, de niña, y mi padre desde Zamora cuando era un poco más mayor. Empecé a aceptar lo que soy y a entenderlo, cómo un hijo de emigrantes españoles llega a ser bertsolari. Yo no sabía hacer el guión de esa película, no entendía lo que era yo, ni me aceptaba con todos mis ingredientes tan variados hasta que me di cuenta de que ellos vinieron con una conciencia libertaria desde otros pueblos del Estado. Mi abuelo fue republicano, estuvo en la cárcel siete años, les robaron todas las tierras y les confiscaron las propiedades en Extremadura. Vivían amenazados, con miedo y en la miseria. Y así es como deciden venir a trabajar a la industria del País Vasco, como vinieron miles de perdedores de la guerra. Con esto es cuando empiezo a entender que ellos trajeron unos valores y al llegar aquí se colocaron en el mismo bando, el de los oprimidos. Por eso en 1975, con Franco aún vivo, me matriculan en una ikastola y deciden que sus hijos seamos vascoparlantes y aprendamos en el idioma de aquella nueva tierra que les había acogido.

¿En ese conflicto interno tuyo había también un conflicto de clase?
Sí, ha habido mucho clasismo también. Ya sabemos que los emigrantes son emigrantes si son pobres; si no, son alemanes, suizos, ingleses, no son emigrantes. La pobreza está muy estigmatizada, nos da vergüenza ser pobres. Además de ser pobre, te tienes que comer que te dé vergüenza porque eres pobre y está mal visto. Son los que roban y tal, cuando todos sabemos que los mayores ladrones no van vestidos con ropa pobre sino con traje y corbata y tienen cuentas en Suiza. Esos sí que roban millones y millones, no manzanas y peras o cien euros.

Aquí la oligarquía eran aquellas familias vascas y los pobres eran los que venían de otros pueblos del Estado. Como también eran los pobres los campesinos de aquí mismo, de Euskal Herria, de los que se burlaban los mismos vascos porque no hablaban bien en castellano; los de la calle se burlaban de los del monte porque olían mal, vestían pobre, no hablaban castellano… Hay todo ese clasismo que hemos tenido que sufrir.

Con un poema de Bertolt Brecht le di la vuelta, empecé a entender lo que soy yo. Preparando una final de bertsolaris, estaba entrenándome leyendo el libro Poemas y canciones de Brecht y seguía con lo de que me daban vergüenza mis apellidos, todavía tapaba un poco mi procedencia. En ese libro Brecht decía que quien tiene que abandonar su tierra y todo lo que ama en contra de su voluntad no solo es un emigrante sino también un desterrado porque no ha elegido en libertad tener que dejar todo lo que ama, le han obligado las circunstancias. Y ahí es cuando pensé que mi familia, en un día concreto, una mañana de invierno, con todo lo que le cabía en las maletas, tuvo que abandonar todo lo que amaba, su pueblo, su tierra, sus amigos, sus lugares de la infancia, y vinieron al País Vasco. Nunca les había visto como emigrantes. Entonces empecé a pensar sobre todo esto y en ese campeonato salí del armario con un bertso que canté delante de 11.000 personas y las cámaras de televisión diciendo que mi familia era de Extremadura y Zamora y que estaba orgulloso de ellos porque sabía euskera gracias a ellos.

¿Te sientes más cerca de ser escritor o músico?
No me siento ni una cosa ni la otra, te lo digo sinceramente. No me siento ni cantante ni músico ni escritor. Me siento bertsolari porque es lo que hago desde los 12 años, ahora tengo 50 y llevo 38 años improvisando bertsos. Es lo que más he hecho en mi vida y donde más cómodo me siento. Lo que más me une a la música es ser letrista de muchos grupos vascos, ese es mi principal nexo y lo que me ha animado a ser cantante esporádico, como en este proyecto Kantu bat gara y en otros en los que he sacado unos cinco discos como cantante con dos grupos diferentes.

Los bertsolaris tenemos esa habilidad de encajar la letra en una métrica concreta, de rimar y sintetizar ideas, argumentar, escribir con ingenio. Tenemos un perfil bastante apropiado para ser letristas para otros cantantes.

¿Qué poderes tiene la palabra que no tenga la música?
Si ves un festival de bertsolaris lo entenderás enseguida [risas]. Cantamos sin música, con melodía pero a capela, sin músicos ni nada. Es el poder de la palabra, eso que se dice de que rompas el silencio solo si lo vas a mejorar. Cuando el bertsolari pasa unos segundos pensando lo que va a cantar sobre el tema que le han puesto en el ejercicio, compone esa pieza en su interior, en su mente, y empieza a cantar improvisando. Es ese momento mágico del ingenio, de la fuerza de la palabra desnuda. La palabra mueve masas y puede ser expresada como canción, poema, novela, lo que sea. La palabra puede cambiar el mundo y la vida de la gente. Ya te he dicho que a mí un poema me sirvió de palanca para ayudarme a dar la vuelta a mis pensamientos.

La música eleva a la palabra, la lleva a otro estadio. Es como una alfombra mágica donde la palabra se sienta y la música la transporta por otros caminos

¿Y qué poderes tiene la música que no tenga la palabra?
La música eleva a la palabra, la lleva a otro estadio. Es como una alfombra mágica donde la palabra se sienta y la música la transporta por otros caminos, le da énfasis, la subraya, la susurra, la hace más fuerte, le pueda dar mil formas. Es el envoltorio que le da otros cuerpos a esa palabra. La palabra cantada coge otra fuerza.

Durante el confinamiento en 2020 escribiste poemas a demanda de personas que sufrían. ¿Cómo fue esa experiencia?
Pensé cómo podía ayudar a la gente que lo estaba pasando mal y puse en mi cuenta de Twitter que estaba dispuesto a hacer versos personalizados para personas que estaban aisladas, ingresadas. Recibí decenas y decenas de mensajes: “Nuestra abuela cumple 83 años la semana que viene y lleva diez días sin ver a nadie, está muy triste, sería la leche mandarle un bertso tuyo cantado”. Hice casi 300 bertsos en esos meses encerrados en casa para casuísticas de todo tipo. Para mí fue una experiencia impresionante conocer tantos casos de gente con anorexia, mujeres embarazadas con mucho miedo por lo que podría pasar si cogían el covid cuando no teníamos tanta información y sí había mucho miedo, niños que no podían celebrar cumpleaños. Cinco o seis personas que recibieron mis bertsos también murieron ingresadas después y las familias me comunicaban que lo habían recibido antes de morir. Ahí pude comprobar la fuerza que en esos momentos tenía la palabra, mediante ella puedes superar el aislamiento y hacer llegar a la gente algo que le llegue dentro con un verso.

 

“La palabra puede cambiar el mundo y la vida de la gente”
Jon Maia presenta una recopilación de canciones de los últimos 30 años cuya letra ha escrito. ÁLVARO MINGUITO

 

Con 18 años escribiste varias letras del disco Gure jarrera de Negu Gorriak. Qué precoz, ¿no?
Sí, imagínate. Yo había escuchado toda la vida a Kortatu y de repente me viene Fermin Muguruza, que me había escuchado cantando un rap, por decirlo de alguna manera, sería un rap de chiste porque yo por entonces no había escuchado rap, no conocía esa música y en euskera no se hacía, y me dijo que nunca había escuchado a un bertsolari hacer eso. Me invitó a quedar y así fue como escribí esas canciones. Fue quien me abrió la puerta a escribir canciones, a ser letrista. Con 18 años y para alguien que era un ídolo para mí. Son canciones que aún perduran como “Gora herria” o “Lehenbiziko bala”, que las he versioneado en mi disco-libro y las tocaré en Madrid.

¿En qué pensaba aquel Jon Maia joven cuando escribía letras de canciones?
Algunas veces te ponen el tema y tú tienes que hacerlo a medida. Por ejemplo, Fermin Muguruza tenía muy claro sobre qué quería hablar en cada canción, me lo decía y yo la escribía en la cocina de su casa. Así me pasé tres días con él, escribiendo aquellas canciones mano a mano. Y otras veces te mandan la música y te dejan libre para encajar la letra en lo que te mandan. Cuando me entregan la música veo un camino, me da un paisaje sonoro, me sugiere cosas y veo agarraderos para escribir la letra. Intento que cada sílaba, cada palabra, encaje como un guante en esa melodía.

La canción es como un río subterráneo que, pase lo que pase sobre la superficie, ella perdura y cruza por los siglos y los siglos hasta la era de Spotify y YouTube

¿Y en qué piensa el Jon Maia de hoy?
Un poco en todo. Este proyecto de Kantu bat gara tiene un nombre que roza lo cursi, “somos una canción” [risas]. En castellano, por cierto, me parece más cursi que en euskera [risas]. Tenemos muchas formas de definirnos. Aquí en Euskal Herria podemos decir que somos una comunidad autónoma, nos gusta decir que fuimos un reino, el reino de Navarra, también hemos sido parte de la República, que si queremos ser un Estado… Son formas de definirnos muy administrativas, en términos jurídicos, políticos.

Hay una canción con la que me gusta empezar el concierto, inspirada en el vuelo de un ave, de un halcón, se llama la canción del halcón. Se canta en la parte vascofrancesa, en una provincia muy pequeñita, Zuberoa. Según dicen, la procedencia de esta canción es cuando el pastor ve volar al halcón e imita el vuelo con la voz. Cuando el halcón sube, la melodía sube, y cuando baja, la melodía cae en picado, cuando planea, planea. Es una melodía preciosa que no tiene letra y que tendrá miles de años seguramente. ¿Cómo perdura una canción durante siglos hasta hoy en día después de reinos, imperios, dictaduras, formas jurídicas de todo tipo?, ¿cómo ocurre el milagro de que la canción en euskera perdura durante cientos de años? Creo que ahí está el secreto de nuestra existencia, no tanto en esas formas jurídico-administrativas que tengamos hoy. La canción es como un río subterráneo que, pase lo que pase sobre la superficie, ella perdura y cruza por los siglos y los siglos hasta la era de Spotify y YouTube. Por eso digo que si somos algo realmente, somos una canción, más que otra forma de autodefinirnos. En eso pienso cuando he escrito este libro-disco, que es una antología de mis canciones más conocidas.

Si tuvieras que quedarte solo con una, ¿qué canción sería Jon Maia?
Por decir algo guay, una que está todavía por nacer [risas]. Pero también tiene parte de verdad, ahora mismo estoy escribiendo canciones, todavía recibo encargos. Estoy haciendo canciones para el segundo disco de Kantu bat gara. Es lo que más me estimula, pensar que no lo tengo todo escrito. Que he llegado a los 50 tacos y estoy en una posición en la que puedo permitirme el lujo de sacar libros, nuevas canciones, que la gente viene y llena las salas en las que canto. A veces pienso que podría estar olvidado como artista, en cierta decadencia, la vida es un maratón y puedes caer en cualquier momento por muchas causas, así que estar escribiendo una canción es lo más bonito para mí.

¿Cuál es la canción más importante para ti de las que has escrito?
La primera para Negu Gorriak, “Gora herria”, que después de treinta años sigue siendo un himno y un lema aquí en Euskal Herria. Es como una canción popular. Mi vida se puede contar de canción en canción y creo que la historia también la podemos contar de canción en canción.

La cultura tiene un papel importante en la transformación de las sociedades, en la transmisión de valores, en las emociones, y los procesos históricos no pueden ser procesos simplemente técnicos que se hagan en oficinas o parlamentos

¿Piensas en la utilidad de una canción cuando escribes su letra?
A veces sí he pensado en eso. Cuando ETA dejó las armas, por ejemplo, cuando se anunció, me vino el cantante de Ken Zazpi, Eñaut Elorrieta, con una melodía para que escribiese una letra y me era imposible abstraerme de ese suceso histórico que iba a cambiar la historia del país y la nuestra propia porque todos hemos estado de una manera u otra ligados a esos sucesos históricos. Entonces pensé que la cultura tiene un papel importante en la transformación de las sociedades, en la transmisión de valores, en las emociones, y que esos procesos históricos no pueden ser procesos simplemente técnicos que se hagan en oficinas o parlamentos. La cultura tiene que tener una función catalizadora de la vida, de la historia. Escribí una letra basada totalmente en ese cambio de la historia y es una canción que hoy en día es un himno, ha arraigado, todo el mundo la conoce. Ahí sí que pensé en que esa canción podía cumplir una función, en otros casos no estoy tan influenciado por el contexto histórico en el que vivo porque no siempre es tan contundente y escribo de sensaciones íntimas mías o buscar el ingenio, la poética de la palabra o la belleza simplemente.

Nunca he asistido a una actuación de bertsolaris. ¿Qué me pierdo?
Te pierdes el gran espectáculo de la palabra, las olimpiadas de la palabra, la exhibición del ingenio en directo con todo el riesgo del componente de que siempre puede salir mal. Es una pena, si lo hiciésemos en castellano seríamos un fenómeno social a nivel del Estado, pero al hacerlo en euskera la gente se lo pierde. Pero también es bonito porque hay gente que dice que uno de los motivos para aprender euskera es querer disfrutar de los bertsolaris. Es bonito que sea casi la única cosa que solo se puede disfrutar en euskera. Libros tenemos en todos los idiomas, cine también, teatro también, música también, pero la improvisación oral aquí solo existe en euskera. Se puede ver como una carencia, una debilidad, un límite para nosotros, pero al mismo tiempo es un factor de fuerza.

¿Cuánta importancia tiene la competición?
Es un escaparate muy importante, es lo que más gente convoca. A la gran final acuden siempre entre 13.000 y 15.000 personas a escuchar durante ocho horas bertsos en directo, mañana y tarde, ocho bertsolaris que llegan a la final cada cuatro años, que es muy difícil. Hay campeonatos provinciales, de los que te clasificas para el nacional. Y hay también interescolares, que es donde yo empecé. Ahora hay escuelas de bertsolaris, de improvisación, en la enseñanza reglada, los niños aprenden a improvisar bertsos ya en la escuela. El campeonato es lo más vistoso, lo que más morbo suscita, tiene un tirón muy fuerte pero lo más importante es todo lo demás. En las escuelas en los pueblos la gente se apunta a improvisación como quien se apunta a solfeo o danza. Al año hay unos 1.500 festivales, cada fin de semana todo el territorio está plagado de festivales de bertsolaris. Esa es la red principal, el campeonato es como la punta del iceberg.

Te cambia un poco el chip saber que te están grabando o no, eres más libre cuando no te graban y los bertsos se los lleva el viento

Al ser creaciones orales improvisadas, ¿qué queda de los versos, desaparecen?
La mayoría desaparecen. Muchas veces cantamos en comidas o cenas. Una asociación del barrio organiza una cena de bertsos y se apuntan 60 o 70 personas. Llaman a dos bertsolaris, es un formato pequeño, y después del café empezamos a cantar, sentados con el resto de la gente. Una hora, un descanso, y otra hora. Ahí cantamos muchos bertsos y se los lleva el viento. O en una plaza en las fiestas de un pueblo.

Hay un programa de televisión semanal que graba los mejores bertsos de la semana pero solo van a dos o tres sitios y en ese fin de semana puede haber bertsolaris en 25 sitios. Es una de las cosas bonitas, sabemos muchos bertsos que nos han llegado por la transmisión oral y por la memoria popular, bertsos de 100 o 200 años cuando no había grabadoras. Es algo que se consume en el momento mismo en que se crea, si estás delante lo disfrutas, si no estás, no lo disfrutas. Es verdad que ahora cualquiera saca el móvil y te graba, lo que es una putada porque no cantas tan tranquilo. Puedes decir barbaridades sobre alguien pensando que estás tranquilamente en un pueblecito de Navarra y solo te están escuchando los 60 que están ahí, pero luego igual alguien lo sube a su Twitter y te arrepientes de lo que has dicho [risas]. Te cambia un poco el chip saber que te están grabando o no, eres más libre cuando no te graban y los bertsos se los lleva el viento.  

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